lunes, 4 de octubre de 2010

Salar de Uyuni, Bolivia (más ruta a Oruro). Agosto 2010.


Ver Salar de Uyuni - Oruro 460 km (Total 26.450 km) en un mapa más grande


Desde que comenzamos a adentrarnos en el salar, y hasta que llegamos al hotel donde nos hospedaríamos, pasaron un par de horas en donde el color de la tierra y sus sedimentos iban en continuo cambio.


Tras superar algún inconveniente estilo rueda pinchada,


por fin llegamos al hotel. La construcción de nuestro hospedaje, como no podría ser de otra forma, estaba completamente hecha de un solo material. Desde los ladrillos, mesas, sillas... todo menos las camas y lavabos se ha levantado con lo único que domina todo el campo de visión que uno pueda alcanzar: la sal.



El Salar de Uyuni es el más grande del mundo. Tiene más de 12.000 km cuadrados, y se halla a la misma altura que El Teide: 3.700m de altura sobre el nivel del mar.




Lo que hace 40.000 años era un inmenso lago, hoy se ha convertido en un gigantesco desierto de sal que impacta a la vista desde el primer instante.



Tras la primera capa en la superficie pueden existir hasta 12m de profundidad de distintos tipos de salinización, con lo que el desierto no solo es de proporciones inabarcables con la vista estando sobre él, sino que además termina por convertirse en gigantesco al sumar la cantidad de sal que esconde bajo la superficie. Un auténtico espectáculo.

Y claro, la diversión y el buen humor para los turistas en un lugar tan especial, siempre está garantizada.





Nuestro hotel se hallaba bajo esta montaña que domina, desde uno de los laterales, la inmensa amplitud del desierto.


Y fue allí donde grabé un nuevo vídeo que, de alguna forma, pudiera expresar mejor que las fotos lo que se llega a sentir:








En un marco como éste, y tras haber escuchado las palabras de los guías, anhelaba apreciar con calma uno de los atardeceres más impactantes que se pueden disfrutar en Bolivia.


Las lentas variaciones de tonalidades provocadas por la caída del sol no defraudaron en lo más mínimo.



Simplemente hermoso.


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Y fue así como continuamos el rumbo dejando el salar atrás. Nuestra idea era la de hacer parada en la ciudad de Uyuni que da nombre al desierto, pero aquí me encontré por primera vez con un tipo de reivindicación social, y una forma de ejecutar la protesta, que alguna vez había visto y escuchado por televisión pero que, obviamente, nunca viví de cerca.

Aquellos días existía un grave conflicto entre las provincias limítrofes de Potosí y Oruro. La raíz de la disputa surgió por el descubrimiento de piedra caliza y arcilla suficientes para elaborar millones de toneladas de cemento. Sin embargo, ese hallazgo se produjo en una montaña cuya ubicación no estaba clara si pertenecía a Oruro o a Potosí, y, como suele suceder en estos casos, ambas provincias la reclamaban como propia.

Ante la lenta reacción del gobierno central de Evo Morales (con el que tendré el placer de detenerme para expresar mi respeto en la siguientes entradas), sucedió lo que tantas otra veces en Bolivia: los manifestantes cortaron las carreteras que daban acceso a la provincia de Potosí. Todas las carreteras se encontraban bloqueadas. Este tipo de protestas tienen como fin paralizar por completo culaquier tipo de actividad económica, desde el flujo de mercancías hasta el turismo, siendo, en verdad, el propio pueblo quien lo sufre y no solo el gobierno. Cuando llegamos al salar ya llevaban dos semanas de bloqueo, y de hecho tuvimos que usar más de una carretera secundaria para adentrarnos en el desierto ya que incluso las entradas principales estaban bloqueadas.

La situación continaba sin previsión de que en corto tiempo se solucionase. Nos era imposible seguir al norte usando transporte público. Nosotros mismo estábamos bloqueados. Los guías solo nos dieron dos opciones: o volver a Chile y subir al norte del país para entrar a Bolivia por la provincia de La Paz (lo cual implicaba mucho dinero y muchísimas horas), o arriesgarnos con ellos a seguir en jeep por carreteras secundarias hasta llegar a la ciudad de Oruro, en donde ya no habría problema para seguir al norte.

No tuvimos muchas posibilidades de elección, así que nos lanzamos a la aventura pagando un buen dinero, casi el mismo que nos hubiera salido volver a Chile y seguir bordeando la frontera boliviana, pero usando muchas menos horas.

Cuando hablo de aventura no es broma para nada, ya que si en situaciones así, con bloqueos de carretera incluídos, si se encuentra un piquete en medio de la pista lo más lindo que te puede pasar es que dialogando los convenzas de que vas a dar la media vuelta de inmediato. Lo otro que puede suceder es que te tiren piedras bien grandes que no solo dañen el coche, sino que atraviesen el cristal y salgas bastante mal parado. Sin embargo, ¿estamos de aventura o no?

Fue así como entre unos cuantos decidimos continuar el viaje sin salir del país mientras otros decidieron dar marcha atrás. Gracias a los guías y su conocimiento de las carreteras, fuimos avanzando sin problemas.

En uno de los pueblos que paramos para comer algo encontramos algo muy especial. Se estaban celebrando unas fiestas populares que, para un turista, resultaban tan pintorescas como extraña para los lugareños nuestra presencia.


Hay que pensar que era un pueblo perdido en medio de carreteras solo conocidas por sus gentes, por los habitantes de la zona, es decir, totalmente ajenas a los típicos lugares que un clásico turista ha de visitar.

Ciertamente fue una gratísima e inesperada situación. Una sorpresa impredecible que nos posibilitó disfrutar y apreciar la música del lugar, sus bailes tradicionales, la colorida vestimenta de, particularmente, las mujeres... Esto era algo que quería disfrutar de Bolivia y lo encontré sin buscarlo. Un nuevo golpe de suerte vino a visitarme en América.

Aparte, nuestra presencia fue la indiscutible nota llamativa de la fiesta, y pese a ser tan distintos en todos los sentidos a los participantes, el trato que recibimos fue...inmejorable:





Desde aquí a Oruro ya pudimos continuar por la ruta principal gracias a que en el mismo pueblo, Asunta, nos confirmaron que se había producido una tregua en el bloqueo tras una de las múltiples reuniones que se estaban teniendo entre las distintas autoridades para solucionar el conflicto.

Tan solo un par de paradas más en otros tantos pueblos


que nos iban posibilitando el ir conociendo poco a poco la Bolivia rural y sus inconfundibles gentes,



finalmente, al atardecer, llegamos a Oruro.


domingo, 3 de octubre de 2010

De San Pedro de Atacama hacia el Salar de Uyuni. Agosto 2010.


Ver Salta, Argentina - San Pedro de Atacama, Chile - Salar de Uyuni, Bolivia 880 km (Total 25.950 km) en un mapa más grande

Y fue así como por fin los días en Argentina -más bien los meses-, tocaron a su fin. En mi siguiente ruta decidí que, antes de entrar en Bolivia, había que acudir a uno de los lugares del norte chileno donde mayor belleza paisajística existe: San Pedro de Atacama.
Como su pripio nombre indica, se halla en medio del desierto de Atacama, en la precordillera chilena, y su aridez unida al color rojizo de sus montañas le confieren una belleza única.

De las muchas actividades y visitas que se pueden realizar (salares, pampas, volcanes, lagunas, adentrarse en el mismo desierto) opté por solo una, la visita a los Geyseres El Tatio.


Este campo geotérmico se halla a 90km del pueblo, por lo que hay que levantarse a las ¡cuatro de la mañana! para llegar allí al amanecer, que es cuando las temperaturas del exterior son más frías y la reacción que provoca la salida del vapor de agua a la superficie hace que el impacto visual sea mayor, llegando su chorro en ocasiones a superar los 10m de altura.


El agua sube del interior de la tierra en un efecto provocado por la evaporización de la misma cuando un río gélido entra en contacto con roca caliente ubicada bajo la superficie que pisamos. Su temperatura puede llegar a los 85ºC, mientras que la temperatura fuera era -2ºC. Ese contraste térmico es el que explica la transformación de vapor de agua en líquido cuando sale, disparada, a la superficie.


A poca distancia de allí hay un lugar que permite al visitante tener una de esas sensaciones que no se olvidan fácilmente. Una terma de agua cuya temperatura ronda los 35ºC pide a gritos ser probada por aquellos que decidan incorporar un poco de valentía al asunto.


Cuando uno se quita la ropa a -2º -o a -10º de sensación térmica, como se quiera, hacía un frío para morirse igual-, no se puede dejar de tiritar. Se hace imposible controlar el continuo "clac clac" de los dientes, se pregunta "que coño se está haciendo", pero todo ello sin perder la sonrisa y clamar contra todos aquellos que no se atrevieron a pasar la experiencia.


Sin embargo, cuando se entra en el agua solo se puede decir:

- ¡Esto es de puta madre!, ¡de putísima madre! ¡Entren, tontos! ¡Entren! ¡Se lo están perdiendo!

La verdad es que es una sensación única. Notar como tu cuerpo se calienta tras haber tratado de soportar con algo de dignidad el tremendo frío sufrido al desnudarse, produce un placer al que no pueden aspirar los mejores spas. Sin embargo, y esto también hay que decirlo, lo peor de todo es salir y vestirse de nuevo. En esos minutos que tardas en volver a abrigarte se llega prácticamemte a la insensibilidad total de las extremidades ante el tremendo frío que inunda todos y cada uno de los poros de la piel.

En cualquier caso, es una experiencia genial de la que nunca uno se podrá arrepentir.

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Siguiendo con la ruta que nos habían planificado en la agencia donde se contrata el tour, ya con la plena luz del día nos adentramos en el desierto avistando la fauna típica de lugar. Las vicuñas son un claro ejemplo:


Nos detuvimos en hermosos arroyos.


Disfrutamos de la tranquilidad de pequeño pueblos, casi de juguete, para entre otras cosas probar la carne de llama.


Fue, en suma, un tour bien divertido y otra fase más en este constante aprendizaje que es vivir desde dentro los inceíbles lugares de la América profunda..


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Ya a la mañana siguiente, y tas muchos meses de viaje, por fin entré a Bolivia, uno de los destinos que más ansias tenía por conocer.

El paso desde Chile se encuentra a una altura cercana a los 4000m, y de ahí hasta el siguiente destino nos quedaban tres días en jeep junto a ingleses, irlandeses, alemanes, austriacos o vascos con los que compartí el viaje.


En el trayecto, único en paisajes, atravesaríamos el Desierto de Siloli deteniéndonos en varias lagunas cuya agua, supuestamente, tendría en cada una de ellas distintas colores como consecuencia del contacto con los minerales que se hallan en esta altitud.

La suposición mencionada arriba encuentra aquí su explicación: nos fue totalmente imposible encontrar el verde en la Laguna Verde,


y tras detenernos un tiempo en otras termas -aquí no repetí experiencia-,


y más tarde en otros geyseres,

tampoco vimos el rojo en la Laguna Roja.


El motivo no es otro que las bajísimas temperaturas que nos rodeaban. Los no se ni cuántos grados bajo cero habían helado durante las horas nocturnas la totalidad de las lagunas, de tal forma que lo único visible era una blanca capa de hielo.

Pese a ello, la belleza de este desierto no nos permitió en ningún momento dejar de sorprendernos ante la espectacularidad del paisaje que nos rodeaba.


Y sí, como se observa en las fotos, la posible desazón por no apreciar el color verdoso o rojizo del agua fue reducida a la nada tras comprobar que esas lagunas se encontraba llenas de incontables pelícanos. Era la primera vez en mi vida que los veía en estado salvaje (en un pequeño zoo de Tenerife, el Loro Parque, creo que de pequeño vi alguno), y el espectáculo es fascinante.


Uno tiene la sensación de estar en medio de un documental sobre animales, viviendo lo que sus creadores viven para realizar este tipo de programas sobre la naturaleza. Solo puedo decir que es hermoso, muy hermoso.


Nuestro camino seguía. Pasamos por puntos donde llegamos a los 5.200m de altura -eso sí, sin bajarnos del jeep-, y sin que quien escribe sufriera ningún tipo de consecuencia por ello.

Dormimos en un refugio ubicado a unos 4.800m en donde si que noté algo el mal de altura -o como dicen en Argentina, el estar apunado, o también más al norte, el soroche-. Para poder descansar, con tres mantas y el saco de dormir incluído bajo ellas al comprobar esa noche que nunca en la vida había sentido tanto frío (unos -15ºC), comprendí que la única posición en la que podía dormir era boca arriba mirando al techo. Si me ponía de lado se me revolvían todas las tripas, y boca abajo mejor ni intentarlo. Fue ésta la única molestia que he tenido en todo el viaje por estar a una altura a la nunca imaginé llegar. Me habían dicho que no tendría tantas ganas de fumar: falso. Me habían asegurado que no podría dormir: falso. Me afirmaron que me cansaría antes haciendo cualquier esfuerzo: no habían probado la hoja de coca...

Antes de continuar el relato quiero hacer una mención al espectáculo que pude obervar a -15ºC en la plena oscuridad nocturna del desierto poco antes de ir a descansar. Cuando muchos de los participantes en el tour ya se habían retirado a tratar de dormir -muchos de ellos no pudieron, eso sí-, y tras jugar un par de partidas al ajedrez matando el tiempo -y siendo matado yo-, decidí abrigarme todo lo que pude y salir afuera a fumar y a observar el cielo. Esa noche no había luna, y si la había ya se había escondido. Nada más salir, caminé unos 10m y miré arriba. Total sorpresa. Fascinación. Perplejidad. Nunca antes, en toda mi vida, ni en los Parques Nacionales de Canarias como el de Tenerife o La Palma -donde hay observatorios astrofísicos reconocidos internacionalmente-, ni en los Pirineos, ni en las laderas indias del Himalaya, ni en ningún lugar de los que visité en mi vida, pude ver lo que esa noche ví.

La inmensísima cantidad de luces de todos los tipos me sobrecogió. Centenares, miles de puntitos brillantes convertían el cielo en un espectáculo impresionante. Decenas de constelaciones abarcaban toda la visión con su constante y alargado destello, supernovas irradiando luz evocando la vida de una estrella que dejó de existir hace tal vez millones de años, y hoy llegaba a la esfera terrestre con una nitidez solo visible desde puntos como éste. Fueron solo cinco minutos los que el frío me permitió permanecer allí, pero ese escaso tiempo ha provocado una imagen en mi recuerdo que no olvidaré. El estar tan cerca de las capas terrestres que nos protegen del vacío estelar, de la ingravidez y ausencia de oxígeno del universo, de la presión que nos destruiría sin esa protección, hizo posible divisar uno de los espectáculos de luces naturales en el espacio que ojalá todo el mundo tenga algún día la oportunidad de apreciarlo.

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Al día siguiente continuamos la ruta por el Desierto de Siloli junto a nuestro amabilísimo chófer Bernabé. Las paradas obligadas fueron, lógicamente, los puntos con mayor belleza.









Fue así como nos vimos en la necesidad de detenernos a observar un conjunto de formaciones rocosas erigidas en medio del altiplano en donde se asienta el desierto,


y que asu vez rodean a otra que da nombre al lugar,

el Árbol de Piedra:


Atravesando este inmenso altiplano del sur de Bolivia nos dirigíamos a nuestra siguiente parada, el Salar de Uyuni. Sin embargo, antes de llegar a nuestro destino pudimos deleitarnos con la vista de zorros salvajes o demás aves imposibles de captar con mi humilde cámara.


Al detenernos en la última laguna que tocaba visitar, volvimos a encontrarnos con los flamencos que en esta época del año moran por estos lares para descansar un tiempo de su constante viaje por el mundo, de sur a norte o de norte a sur, a la búsqueda de los climas y alimentos que les permitan mantener a su especie participando de la historia de la naturaleza.



Como se podrá apreciar en los siguientes vídeos y fotos, la única diferencia respecto a la laguna visitada el día anterior fue que aquí los flamencos se podían contar por...¡miles!



















Una vez visitada esta última laguna junto a sus pasajeros y coloridos moradores, llegamos, casi al anochecer, al Salar de Uyuni, el más grande del mundo...

viernes, 6 de agosto de 2010

La Quebrada de Humauaca. De Jujuy a Iruya.

Nota: Como ya comenté en otra entrada, perdí algunas fotos cuando me robaron la netbook en Bolivia, las de Paraguay y Salta las pude recuperar, pero las de la Quebrada de Humahuaca y alguna de San Pedro de Atacama (siguiente entrada) sí que las perdí. Las fotos que aquí aparecen son "robadas" de internet y también alguna otra de mi viejo cuando vino por estos lares. El vídeo si que es mío.
Cuando por fin logré "escapar" de Salta, me dirigí hacia el norte, concretamente a San Salvador de Jujuy, o lo que es lo mismo, la puerta a la famosa Quebrada de Humahuaca. Toda ella viene a ser un enorme, interminable, desfiladero plagado de hermosos paisajes y pueblos de encanto. Así le refrenda el hecho de que, hace años, se convirtió en Patrimonio Mundial de la Unesco. Ya en esta zona es amplia la mayoría de habitantes originarios, nativos americanos (desde la antropología se insiste en dejar de usar el término indígenas, puesto que los únicos indios que hay están en la India, y Colón no llegó hasta allí). Esta esencia de los pueblos pre-colombinos se desprende en cada calle, en cada esquina, en cada mercado, en cada restaurante...


SAN SALVADOR DE JUJUY:

Es una ciudad de casi 250.000 habitantes, pero a pesar de no ser un pueblo y carecer de tales encantos, sí que uno percibe el alboroto de la vida callejera de esta población. Aseguro que no es para nada comparable a lo que vi en el resto del país. ¡Bien plena de constrastes que es la Argentina!

Aquí se montan centenares de puestitos en la calle donde te venden de todo, desde ropa para todas las edades, hasta la comida más sabrosa de la zona. No desaproveché mi oportunidad y probé algo que me encantó: tamales, que viene a ser el maíz cocinado con carne, vegetales o papas, y finalmente envuelto con las mismas hojas de la mazorca. Delicioso.

Paseando por en centro de la ciudad, y mientras observaba su arquitectura,


decidí entrar a dos museos, el Museo Arqueológico y el Museo Histórico Provincial.

En el primero uno puede obervar numerosos vestigios de los pobladores antiguos de la zona. Desde la Edad de Piedra, pasando por la época de la caza y recolección, y hasta el desarrollo de la agricultura, allí se puede aprender sobre culturas como la kolla, omaguaca, yavi o incaica en la exposición y representaciones que ofrece el museo. Uno puede ver las vasijas en donde enterraban a los niños o bebés una vez desmembrados para facilitar la entrada en esos minúsculos recipientes, simulaciones de cuevas fúnebres, cráneos que eran tremendamente alargados de forma artificial para denotar jerarquía social, collares que conservan su colorido, incontables vasijas decoradas con dibujos que reflejaban su estilo de vida y sus creencias, todo tipo de armas de caza, útiles para la toma de alucinógenos que les transportaban al mundo de los dioses, "la auténtica realidad"...

Muy cerca de allí se encuentra el segundo museo que visité, el Histórico Provincial. Se ubica en el interior de una vieja casona colonial, justo en donde pereció asesinado el General Lavalle, líder de estos pueblos durante las guerras civiles del s.XIX contra el poder federal de la capital. Este museo, cuya exposición es claramente post-colonial, resulta muy interesante para aprender las fases históricas que sufrió esta región por la lucha de sus derechos primero de independencia respecto al colonialismo español, y luego durante las mencionadas guerras civiles.

Muebles de la época, trajes de la alta burguesía y sus respectivas joyas, armas de todo tipo, retratos de gobernantes y de religiosos terminan de completar la exposición.

Solo un día después agarré un nuevo bus y me dirigí un poco más al norte.


PURMAMARCA:

Este hermoso pueblo de parada indispensable, con pernoctación incluída, tiene una maravilla de la naturaleza que no se puede dejar escapar a la vista de cualquier visitante. En uno de los cerros anexos al pueblo, una variedad cromática asombra desde la primera visión. Es sin duda uno de los paisajes más bellos de toda La Quebrada. Es el Cerro de los Siete Colores:




En aquellos días estaba comenzando agosto, y es en ese mes del año donde en toda la región andina se celebran las fiestas en honor a la Pachamama, a la madre naturaleza o madre (mama) tierra (pacha), en las lenguas quechua y aymara.

Los rituales se realizan durante todo el mes, aunque las ofrendas a la pacha son especialmente la primera semana. En Jujuy ya sabía que justo al mediodía en Purmamarca iba a haber una ceremonia, así que cogí el primer bus de la mañana para llegar allí justo a tiempo.

Dicha ceremonia consiste en abrir un hueco en la tierra, el mismo hueco cada año, y en su interior se van depositando todo tipo de productos de la región: alimentos, bebidas, hojas de coca y cigarrillos encendidos. La veneración a la madre tierra tiene lugar en esta época porque es cuando se cultivan las cosechas del nuevo año, y darle de comer a la pacha es sinónimo de ahuyentar los males y otorgarle agradecimiento por permitir las cosechas anteriores y pedir que la del año entrante sea abundante. Esa petición de abundancia se encuentra totalmente ligada a la ofrenda que se le hace, ya que ésta es increíblemente generosa. No miento si digo que más de cincuenta personas podrían haber comido y bebido de aquel manjar ofrecido a la tierra, pero este agradecimiento viene de un respeto a la naturaleza ancestral en estas culturas y que se aleja a años luz de como en occidente entendemos nuestro medio natural. Si aquí el respeto y la veneración tienen su base en que es la madre tierra quien produce nuestros alimentos, quien nos da de comer, quien nos permite la vida, en occidente solo se entiende el medio natural como algo que podemos transformar para convertir en mercancía de intercambio y generar riqueza, o como una fuente de energía, normalmente fósil, no renovable, limitada, que podemos extraer egoísta y ferozmente a costa incluso del desgaste fatal de la propia naturaleza y por ende del resto de los habitantes del planeta. Entendemos la naturaleza como un medio para conseguir un fin, que no es otro que el dinero, mientras que éstas gentes entienden la natura como un fin en sí mismo. Tenemos tanto que aprender de los pueblos originarios...

Siguiendo con el ritual, para realizar la ofrenda se arrodillan un hombre y una mujer (símbolo de la misma fertilidad que luego se espera ser devuelta por la pacha en las cosechas) junto al hueco realizado y echan a la tierra un poco de cada plato preparado y algo de cada bebida. La acción siempre ha de hacerse con ambas manos y no con una sola. La pareja, tras donar a la tierra semillas, carne, tubérculos varios, maíz, sopa, hojas de coca, etc., vierten un poco de vino o cerveza, y luego toman del mismo vaso. Siempre va primero la pacha. Luego prenden un cigarrillo que clavan en el montoncito de tierra que se sacó tras hacer el hueco: ahora es la pacha la que fuma. Pareja por pareja se va repitiendo la acción y la ceremonia no finaliza hasta que no se hayan ofrecido todos los alimentos.

Para un visitante la ceremonia es tremendamente pintoresca. Sin embargo, y obvio que uno no debiera decirlo, la marabunta de turistas superaba con creces a los creyentes de la tradición que realizaban la ofrenda en esta bella y tranquila Purmamarca. Ante tanta expectación y cámaras de fotos, el ritual queda completamente desvirtuado al convertirse casi en una atracción de feria cuando en verdad esta ceremonia, aunque hoy convertida al sincretismo por la mezcla con tradiciones cristianas (estar de rodillas, ofrecer alcohol...), es realmente ancestral. Alguien que conocí me dijo que, si bien el proceso es muy similar, para captar la esencia de la ceremonia hay que huir de estas demostraciones públicas y buscar una ofrenda privada. De hecho, muchas de ellas se realizan en el interior mismo de las casas desde tiempos inmemoriales. En cualquier caso, y con todo el respeto y reflexiones que me produjo observar el ritual, uno solo puede afirmar que el aprendizaje continua.

En este vídeo se observan los instantes antes de que comenzara la ceremonia. Turistas y música andina en vivo, junto a mi mochila de recién llegado al lugar, conforman "el paisaje" y el sonido:






HUMAHUACA:

Este pueblo cuyo nombre ha sido usado para designar a toda la quebrada, significa "cabeza que llora" en la lengua nativa omaguaca, y hace referencia al enterramiento de cabezas -sí, separadas del cuerpo- que se realizaba ancestralmente.

El lugar es bien pequeño, pero sus calles empedradas y angostas le confieren gran belleza. Una de las cosas que más me llamó la atención (que lástima el robo de mi mochila con mis fotos) fue le de encontrar una iglesia en honor a...¡Nuestra Señora de la Candelaria! Tras la colonización de Canarias, tras la masacre española, los ganadores inventaron la Historia -como siempre, ¿verdad?- y crearon el falso mito de que esta virgen se les apareció a la población nativa, los guanches, y así, repentinamente, quedaron cristianizados por la gracia de Dios y el esplendor de la virgen llegando desde las aguas. Incluso en los colegios enseñan el mito, y es que ella, "la más morena", es la Patrona de las islas.

Pues bien, canario que soy, tremenda sorpresa al ver que hay otra virgen con el mismo nombre que también es venerada en el norte de Argentina.

De entre toda la población, sin duda la construcción que más destaca es el Monumento a los Héroes de la Independencia, y que antes fue usado como fortificación de los propios colonos que posteriormente fueron vencidos por estos héroes hoy alabados en forma de enorme escultura.






TILCARA:

Subiendo hacia el norte de la quebrada se halla otro pueblito pleno de tranquilidad andina llamado Tilcara, cuya principal característica es ser la capital arqueológica de la región.

Aquí me hospedé en un hostel muy hippie, y allí nos juntamos mochileros y pibes que allí laburaban para ir a hacer un trekking hacia las Cuevas del Guaira. Preciosos paisajes se vislumbran a ambos lados de lo alto de la montaña en donde se ubican las cuevas, una de las cuales tiene más de 100m de profundidad. Una vez más lamento tanto ese robo...

Allí, en el interior de la cueva, los pibes del hostel, quienes a la vez hicieron de guías, realizaron una sesión de yoga con instrumentos típicos de la India y con cánticos tradicionales, los tantras. Sin embargo, uno sigue siendo fiel a su terrenalidad y ateísmo y sin obviar la comprensible relajación que la situación posibilitaba, estuve bastante lejos de tener cualquier tipo de experiencia mística que los otros, por predisposicón y probablemente sugestión, sí aseguran llegaron a tener. Definitivamente, y a pesar del Chulani, mi lado espiritual va a tener que seguir esperando.

Desde Tilcara, a unas dos o tres horas de caminata, se halla un lugar de indispensable visita: la Garganta del Diablo. Consiste en un accidente geográfico espectacular originado por el movimiento de placas tectónicas que aquí han conformado este desfiladero o cañón de dimensiones brutales y cuyo acceso se ubica subiendo la montaña para apreciarlo desde la altura. Quien escribe marchó solo a su búsqueda, pero en algún momento del camino se despistó para agarrar el desvío y cuando se vino a dar cuenta estaba entrando al mismísimo desfiladero desde abajo. Penetrando en su interior, dando curvas incontables a derecha y a izquierda mientras enormes paredes se alzaban a ambos lados, evitando en la medida de lo posible el agua del arroyo que allí existe en esa época del año -en otra época es río-, así avancé hasta que un muro de piedra enorme frente a mí se convirtió en obstáculo insalvable.

Entrar en la mismísima garganta es asegurarse el asombro por un paraje natural de una belleza magnífica. Al toparme con esas enormes paredes imposibles de escalar al estar completamente humedecidas y resbalosas por la gran cantidad de agua y musgo, pude apreciar desde abajo las instalaciones hechas en lo alto, las oficiales, las mismas que tras pagar un módico precio permiten al turista poder deslumbrarse con la visión de la garganta desde las alturas.

Tentando al cansancio hice el camino de vuelta y subí hasta la entrada donde se aglomeraban los visitantes. Tras la visita aseguro con rotundidad que la experiencia de penetrar con tus propios pies en el lugar, experiencia además gratuita, es millones de veces más emocionante y placentera que observarlo desde el lugar oficial y de pago. Pero no hay fotos que lo atestigüen...


Continuando, por puro placer de caminar montaña arriba, llegué hasta un poblado kolla, cuya ubicación está, a pie, a unas cuatro horas de Tilcara. Allí, justo al inicio del cañón, viven unas cincuenta personas con la mayor de la sencillez que uno pueda imaginar. Sin embargo, el poblado ya ha accedido al la electricidad y tienen hasta una escuelita en donde no solo se imparte la programación escolar nacional sino también las ancestrales costumbres originarias de los pobladores de la zona. Como suele suceder en situaciones así, lo que uno más aprecia es la sencillez de sus gentes, la mirada pura, limpia, sin contagio de falsedad en estos rostros marcados por el suceder de los siglos.

En el paisaje de todas las montañas colindantes hay una planta, que aquí se hace enorme, destacando sobre cualquier otra: son los enormes cactus del norte de la Quebrada de Humauaca.



Antes de continuar mi ruta hacia otro pueblo de ensueño más al norte, aquí pude visitar el Museo Arqueológico, donde se hallan vestigios de la cultura Tihuanacu de origen boliviano, la cultura Nazca, Mochica y Chimú peruanas y, obviamente, la omnipresente cultura incaica. Del noroeste argentino se exponen los materiales encontrados en yacimientos de Salta, Tucumán, Catamarca.. y que pertenecen a culturas como la Aguada, Kolla, Omaguaca, los uquias o los mismos que dan nombre al pueblo, los tilcaras.

El aprendizaje constante que tuve en este pueblo terminó de completarse visitando el yacimiento llamado Pucará. Consiste en la conservación y reconstrucción de un poblado que data de hace miles de años. Los primeros indicios de población en la quebrada son de hace doce mil años, cuando estos pueblos se hallaban en la época de la caza y recolección, si bien la ocupación masiva de construcciones como los pucaras no se hizo hasta hace unos dos mil años.

Su ubicación se instala en lo alto de un pequeño cerro en donde hay unas vistas fabulosas de la quebrada, pero también era un lugar estratégico para la defensa de posibles ataques. Y en la época en que la ocuparon, la población usaba tanto la ganadería y el pastoreo -particularmente vizcachas, guanacos y vicuñas- como la agricultura -cultivando maíz, papa, o legumbres como los porotos- . En el poblado existían las terrazas para las cosechas y corrales para guardar el ganado en su parte exterior, pero también en su distribución se ubicaba a un lado la zona de viviendas, en otro lado la necrópolis, y el templo en la parte más alta.



IRUYA:

Cientos de kilómetros más al norte, ya incluso fuera de La Quebrada, y perdido entre majestuosas montañas, se halla este hermoso y calmo pueblo. Hasta Iruya llegué recomendado por el negro, el compañero de casa de Estefi y familia, y cuyos orígenes también son del noroeste argentino. Dos días en absoluta paz y bajo el aprecio de las gigantescas montañas andinas, a cuyos pies se levantó Iruya, terminaron por hacerme admirar con entrega esta zona del país.








SAN ANTONIO DE LOS COBRES:

Sin embargo, aún me faltaba un solo pueblo para concluir mi prolongada, aumentada, extendida e interminable visita a tierras argentinas.

Para llegar hasta allí tuve que volver a Salta y de ahí cinco horas de bus hasta llegar a San Antonio de los Cobres, ubicado a casi 4.000m de altura, en la plena puna andina. El paisaje lo conforman los numerosas y humildes casas de adobe en donde habitan buena parte de los mineros que trabajan en la zona. Como el nombre del pueblo indica, la extracción de cobre es la principal fuente de "riqueza" del pueblo, aunque sería más concreto decir que es su principal modo de subsistencia.

Para los turistas que llegan en el conocido "tren a las nubes", se venden numerosas artesanías típicas o te ofrecen la clásica posibilidad de hacerte una foto con la llama por un precio módico.

En San Antonio de los Cobres tuve la oportunidad de observar una segunda ceremonia de ofrendas a la Pachamama. Antes de que ésta se iniciara, me metí con todo el desparpajo y con cero temor en la casa de la cultura del pueblo donde se explicaba para numerosos periodistas venidos de muchos rincones del norte argentino la importancia ancestral de esta ceremonia. Allí me hice amigo de un encantador matrimonio que tenían otra lectura del mismo ritual.

Su visión me la explicaron mientras nos comíamos un locro exquisito invitados por las asociaciones de originarios que organizaron el acto junto a los periodistas.

Este matrimonio, con quien después incluso hice mi vuelta de regreso a Salta en su auto, perdiendo sin importarme la vuelta en bus que había comprado, crearon, mantienen y tratan de expandir una asociación infantil y juvenil en donde le explican a los niños en las mismas escuelas cómo se efectuaban los rituales de la población originaria antes de la conquista. Su idea, su lucha, es que se recuperen esas tradiciones hoy contaminadas por la influencia cristiana.

Por ejemplo, en la misma ceremonia de ofrenda a la pacha, ellos ni se arrodillaban ni tampoco le daban alcohol a la tierra. El arrodillarse es un gesto cristiano que implica temor y sumisión. A la pacha no se le teme, ni uno tampoco se siente inferior a ella porque, simplemente, uno es parte de ella. De la misma forma, se niegan en rotundo a darle alcohol porque su implantación en América fue traída por los colonos, y las consecuencias de su uso ha traído más pérdidas y desvirtuación para los pueblos originarios que algún tipo de benficio. La pacha no quiere emborracharse, dicha degenaración ha sido impuesta por el hombre blanco. La pacha quiere comer, quiere hojas de coca, quiere fumar, quiere agua o jugo, pero no quiere alcohol.

Lo cierto es que aprendí mucho con ellos, y sus creencias terminaron por tomar un cariz enigmático para quien escribe porque, tras haberme explicado todo ésto, y cuando los gobernantes del pueblo ya acababan de hacer el hueco en la tierra para comenzar la ceremonia, justo en el mismo lugar que el año anterior, vieron con estupefacción que los alimentos de hacía doce meses seguían allí prácticamente intactos. Para un blanquito como yo las únicas palabras que se podrían decir serían:

- ¿Por qué no se pudrieron?

Sin embargo, para mis interlocutores, la única explicación era:

- La pacha ha rechazado los alimentos. No los quiso. Estaban contaminados por la desvirtuación del rito y por abrírselo a los turistas.






No paré de aprender con este matrimonio hasta que volvimos juntos a Salta, ya tarde en la noche, esa sí, la última en Argentina.


De ahí me esperaban no recuerdo cuántas horas, aunque si recuerdo que fueron duras por los contunios ascensos y descensos al atravesar la cordillera, una vez más, y así llegar hasta San Pedro de Atacama, en el noreste chileno.

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Para terminar esta entrada, solo quiero mencionar lo que me ha atrapado Argentina. No miento si digo que no se por donde comenzar para describir tantas y tantas emociones que me ha brindado este país. Podría hablar del asado, del locro, de las milanesas, de las empanadas, de las facturitas, del mate, de los alfajores... La gastronomía es de lo mejor que probé nunca.

Podría hablar de Tierra de Fuego, del Perito Moreno, de las Cataratas del Iguazú, de Buenos Aires, de Córdoba, de Rosario... Los lugares naturales y las ciudades tienen una espectacularidad y un encanto solo perceptible cuando se visita.

Son, han sido, tantas experiencias, tan intensas y hermosas... Sin embargo, hay algo que creo merece la pena destacar por encima de los lugares. De Argentina me quedo con la gente, infinitamente me quedo con la gente. He conocido una amabilidad y hospitalidad sin igual, he sido tratado con muchísima educación por gente de todo tipo, nuca me he sentido desplazado o con problemas para integrarme.

Han sido casi cinco meses los que he tardado en recorrer este país que tanto me ha maravillado. Han sido cinco meses inolvidables, y esta gente, a todos ellos, me los llevo en el corazón.

Viejos amigos reencontrados acá, nuevos amigos hechos en el viaje:

¡GRACIAS!